Las fiestas de fin de año y el dilema de presentar la pareja a la familia hétero y tradicional. Los vínculos se ponen a prueba.
Gustavo Noguera había conocido a Pablo De Luca hacía pocos días. El arbolito de Navidad era como una prueba para las posibilidades de pasar de romance fugaz a pareja. Si al pinito verde se le caían los adornos, la estrella de la pasión naciente podía venirse abajo y arrastrar toda la emoción del comienzo. En cambio, si el gong de las doce los encontraba unidos –y acaramelados como fruta abrillantada– sería un buen augurio. Pablo decidió jugarse, se subió al trineo del amor y fue a buscar a Gustavo hasta Moreno, a la una de la mañana del 25 de diciembre de hace cinco años. Un gesto que los unió para siempre. “Fue muy importante porque la Navidad, más allá de todo el circo, tiene mucho significado en mi familia.
Mi papá fue seminarista y yo descubrí que era gay en un seminario religioso. Ahora, mi papá es casi más activista que yo. Nos llevamos rebién y me parece que es una celebración para darle importancia a tu familia y compartir los buenos deseos”, dice.
Las fiestas de fin de año pueden ser un momento memorable de la vida, pero también pueden arrasar sentimientos, mover el interior y sacudir los vínculos. ¿Qué pasa con los gays y lesbianas que además de salir del closet tienen que entrar a su casa entre lucecitas de colores y primos, tías y sobrinos dispuestos a devorar vithel tone y codearse por los dos muchachos del final de la mesa? ¿Se puede anunciar que uno es gay o una es lesbiana entre el desborde de mayonesa de la ensalada rusa, las primas que rugen por calzarse la bombacha rosa y los varones de la familia que se juntan a hacer estallar rompeportones entre chistes homofóbicamente verdes? ¿Si mamá y papá aceptan que uno es gay también hay que contárselo a la tía que vino de Corrientes a pasar las fiestas porque se quedó viuda y está sola, y a los sobrinitos de seis y diez años que sólo dicen puto como una mala palabra? ¿Si se decide que es mejor deslizarse entre el espesor del final de diciembre sin grandes anuncios ni disturbios, hay que pasar separados esos días? ¿O la mejor decisión es presentar al novio de todos los días como un amigo y a la novia como una huerfanita a la que se le da una silla en la mesa?
La única decisión que se toma en las fiestas no es sólo si sidra o champagne. También hay que elegir cómo compartir las noches plagadas de la palabra “felicidades”. “Las fiestas siempre movilizan y generan angustias, malestares o alegrías”, advierte Sandra Soria, psicóloga del área de salud de la Comunidad Homosexual Argentina.
“Estoy de novia hace cuatro meses con una chica y ella me invitó a pasar Navidad con su familia. Pero no estoy segura de ir. Me parece que el momento para contar algo tan fuerte no es en una fecha con tanta carga y también me da miedo ir como amiga porque me parece que tenemos una atracción que se nota y tengo miedo de censurarme e inhibirme demasiado para intentar que no se note. Todo es incómodo porque a ella tampoco le gusta que en público no le dé bolilla. No es fácil pero recién estamos empezando. Hay tiempo”, cuenta Florencia Suárez, de 27 años.
La otra realidad es la de los que ya pusieron toda la verdad –además del vino– sobre la mesa. “Si tienen una relación abierta y bien recepcionada se suelen compartir las fiestas. Lo bueno es que las parejas, en el ambiente gay, son un poco más relajadas con respecto a las cuestiones familiares”, asegura Soria.
¿Y se reproduce la envidia hétero a la vajilla de la nuera, la bronca cuando la suegra no come el budín de zanahoria o la cara de traste al tercer repasador recibido en la noche? “Como siempre hubo discriminación y estuvieron excluidos de las cuestiones familiares no suelen darse las mismas peleas que en las parejas heterosexuales que se achacan ‘tu mamá me hizo esto’. Las parejas gays sufrieron mucho por estar excluidas y, por eso, valoran la integración y se adaptan más y cuando aparece el reconocimiento por parte de la familia, las nimiedades –los comentarios o conflictos- pasan a un segundo plano”, valora Soria.
Por lo visto, el mundo gay es más family friendly o, al menos, saben tragarse la bacanal del 25 sin indigestarse por cada mal gesto del suegro o la suegra. Pero el problema aparece cuando la sexualidad sigue escondida. “Si la relación no está blanqueada y pasan las fiestas separados o uno va en condición de amigo a la casa de su pareja, esta situación afecta bastante la vida de la pareja porque delante del resto hay que comportarse como si no fueran novios o novias y, aunque se intente soslayar, es una situación de discriminación”, marca la psicóloga.
Gustavo y Pablo –editores de la guía G-Maps en Buenos Aires– van a pasar la Nochebuena en la casa de Gustavo. Y después hacen la trasnoche en lo de la mamá de Pablo. Todos saben que son pareja y ellos cuentan que salir del closet fue tan liviano como tocar el timbre y decir “éste soy yo”. “Me gusta la Navidad para frenar la bola y ver a mis sobrinos y sobrinas. Ellos crecen sabiendo que su tío es gay y me gusta mucho la libertad que tienen”, disfruta Pablo.
La otra posibilidad es darle vuelta la cara a Santa y esconderse en la chimenea calurosa de Buenos Aires. “Desde que murió mi mamá –Chelina– hace 22 años, nunca más pasé una Navidad en familia –subraya Roberto Piazza–. La paso solo, con mi perro y, si tengo ganas, a las dos de la mañana me voy a la disco. Mi pareja –Walter- tiene madre, padre y tías y me invitó a ir con ellos. Pero yo le dije que no. La Navidad y el Año Nuevo me rompen mucho las pelotas.”
Por Luciana Peker - (Critica Digital)
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Gustavo Noguera había conocido a Pablo De Luca hacía pocos días. El arbolito de Navidad era como una prueba para las posibilidades de pasar de romance fugaz a pareja. Si al pinito verde se le caían los adornos, la estrella de la pasión naciente podía venirse abajo y arrastrar toda la emoción del comienzo. En cambio, si el gong de las doce los encontraba unidos –y acaramelados como fruta abrillantada– sería un buen augurio. Pablo decidió jugarse, se subió al trineo del amor y fue a buscar a Gustavo hasta Moreno, a la una de la mañana del 25 de diciembre de hace cinco años. Un gesto que los unió para siempre. “Fue muy importante porque la Navidad, más allá de todo el circo, tiene mucho significado en mi familia.
Mi papá fue seminarista y yo descubrí que era gay en un seminario religioso. Ahora, mi papá es casi más activista que yo. Nos llevamos rebién y me parece que es una celebración para darle importancia a tu familia y compartir los buenos deseos”, dice.
Las fiestas de fin de año pueden ser un momento memorable de la vida, pero también pueden arrasar sentimientos, mover el interior y sacudir los vínculos. ¿Qué pasa con los gays y lesbianas que además de salir del closet tienen que entrar a su casa entre lucecitas de colores y primos, tías y sobrinos dispuestos a devorar vithel tone y codearse por los dos muchachos del final de la mesa? ¿Se puede anunciar que uno es gay o una es lesbiana entre el desborde de mayonesa de la ensalada rusa, las primas que rugen por calzarse la bombacha rosa y los varones de la familia que se juntan a hacer estallar rompeportones entre chistes homofóbicamente verdes? ¿Si mamá y papá aceptan que uno es gay también hay que contárselo a la tía que vino de Corrientes a pasar las fiestas porque se quedó viuda y está sola, y a los sobrinitos de seis y diez años que sólo dicen puto como una mala palabra? ¿Si se decide que es mejor deslizarse entre el espesor del final de diciembre sin grandes anuncios ni disturbios, hay que pasar separados esos días? ¿O la mejor decisión es presentar al novio de todos los días como un amigo y a la novia como una huerfanita a la que se le da una silla en la mesa?
La única decisión que se toma en las fiestas no es sólo si sidra o champagne. También hay que elegir cómo compartir las noches plagadas de la palabra “felicidades”. “Las fiestas siempre movilizan y generan angustias, malestares o alegrías”, advierte Sandra Soria, psicóloga del área de salud de la Comunidad Homosexual Argentina.
“Estoy de novia hace cuatro meses con una chica y ella me invitó a pasar Navidad con su familia. Pero no estoy segura de ir. Me parece que el momento para contar algo tan fuerte no es en una fecha con tanta carga y también me da miedo ir como amiga porque me parece que tenemos una atracción que se nota y tengo miedo de censurarme e inhibirme demasiado para intentar que no se note. Todo es incómodo porque a ella tampoco le gusta que en público no le dé bolilla. No es fácil pero recién estamos empezando. Hay tiempo”, cuenta Florencia Suárez, de 27 años.
La otra realidad es la de los que ya pusieron toda la verdad –además del vino– sobre la mesa. “Si tienen una relación abierta y bien recepcionada se suelen compartir las fiestas. Lo bueno es que las parejas, en el ambiente gay, son un poco más relajadas con respecto a las cuestiones familiares”, asegura Soria.
¿Y se reproduce la envidia hétero a la vajilla de la nuera, la bronca cuando la suegra no come el budín de zanahoria o la cara de traste al tercer repasador recibido en la noche? “Como siempre hubo discriminación y estuvieron excluidos de las cuestiones familiares no suelen darse las mismas peleas que en las parejas heterosexuales que se achacan ‘tu mamá me hizo esto’. Las parejas gays sufrieron mucho por estar excluidas y, por eso, valoran la integración y se adaptan más y cuando aparece el reconocimiento por parte de la familia, las nimiedades –los comentarios o conflictos- pasan a un segundo plano”, valora Soria.
Por lo visto, el mundo gay es más family friendly o, al menos, saben tragarse la bacanal del 25 sin indigestarse por cada mal gesto del suegro o la suegra. Pero el problema aparece cuando la sexualidad sigue escondida. “Si la relación no está blanqueada y pasan las fiestas separados o uno va en condición de amigo a la casa de su pareja, esta situación afecta bastante la vida de la pareja porque delante del resto hay que comportarse como si no fueran novios o novias y, aunque se intente soslayar, es una situación de discriminación”, marca la psicóloga.
Gustavo y Pablo –editores de la guía G-Maps en Buenos Aires– van a pasar la Nochebuena en la casa de Gustavo. Y después hacen la trasnoche en lo de la mamá de Pablo. Todos saben que son pareja y ellos cuentan que salir del closet fue tan liviano como tocar el timbre y decir “éste soy yo”. “Me gusta la Navidad para frenar la bola y ver a mis sobrinos y sobrinas. Ellos crecen sabiendo que su tío es gay y me gusta mucho la libertad que tienen”, disfruta Pablo.
La otra posibilidad es darle vuelta la cara a Santa y esconderse en la chimenea calurosa de Buenos Aires. “Desde que murió mi mamá –Chelina– hace 22 años, nunca más pasé una Navidad en familia –subraya Roberto Piazza–. La paso solo, con mi perro y, si tengo ganas, a las dos de la mañana me voy a la disco. Mi pareja –Walter- tiene madre, padre y tías y me invitó a ir con ellos. Pero yo le dije que no. La Navidad y el Año Nuevo me rompen mucho las pelotas.”
Por Luciana Peker - (Critica Digital)
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